Al hilo de lo acontecido con las mentiras del piloto de McLaren, L. Hamilton en el G.P. de Australia y las posteriores declaraciones de F. Alonso en el diario El País (4/04/09), en las que recordaba su tormentoso paso de hace dos años por dicha escudería: “Me acordé de Hungría. Me jugaron una mala pasada y perdí el Mundial”, me parece oportuno aprovechar esta situación para hablar del olvido y el recuerdo.
Según numerosos psicólogos, entre ellos A. Luria en 1968 en su publicación “The Mind of a Mnemonist”, ya señalaron hace muchos años la importancia que tiene la capacidad de olvidar en el proceso adaptativo de las personas. En el deportista, el hecho de olvidar experiencias pasadas desagradables o perjudiciales hace que los procesos de mejora avancen y se aproximen mucho más rápidamente hacia la consecución del siguiente objetivo, es como si se soltara lastre y se sintiera más ligero.
La memoria funcional se destaca por recordar las cosas que ayudan a enfrentarse a situaciones nuevas. Por eso se recomienda que, en las valoraciones post-competición, los deportistas se centren en lo que hayan hecho bien y en lo que quieran mejorar. Sin embargo, en numerosos casos, hacen lo contrario: recuerdan y registran en su memoria los errores que han cometido, es decir, dan más importancia y se centran en lo que han hecho deficientemente.
Recordar solamente aquellas experiencias que sirven para tomar decisiones más acertadas en el presente supone que, al mismo tiempo, debe actuar la capacidad de olvidar aquellas otras que hubieran podido perjudicar, es decir, esa función adaptativa sólo se puede cumplir si su funcionamiento es interdependiente. Además, al olvidar dejamos sitio en la memoria para incorporar nuevas experiencias positivas y poder recordarlas posteriormente.