Lo acontecido en el gran premio de automovilismo en Australia es un buen ejemplo de los nocivos efectos que genera en el deporte de alto rendimiento, el hecho de valorar únicamente el resultado de la competición.
La situación ocurrida entre los pilotos J. Trulli y L. Hamilton durante el desarrollo de la carrera, me trae a la memoria el contenido de una conferencia que el profesor G. Roberts impartió hace una década en Donostia con el título “La motivación hacia las trampas”. En este caso el piloto inglés, por indicaciones de su equipo, aminora la velocidad de su monoplaza para que Trulli le adelante con el coche de seguridad en pista, dado que creia que le había adelantado anteriormente de forma irregular.
Al finalizar la carrera, los jueces llaman a los dos pilotos para que expliquen lo ocurrido y, en función de las declaraciones de ambos pilotos, deciden sancionar al piloto italiano de Toyota por adelantamiento irregular en beneficio de Hamilton que consigue el tercer puesto.
Sin embargo, posteriormente se descubre que el piloto inglés había engañado a los jueces dando una versión diferente al omitir que él había aminorado la velocidad para que el piloto italiano le adelantara, alegando que seguía instrucciones de su equipo McLaren para que ocultara la verdad. El hecho de ser inmediatamente descalificado a la espera de una sanción, no impide evidenciar una realidad en la que las trampas y los tramposos se dan en demasiadas ocasiones.