Ponerse metas realizables y alcanzarlas es una de las claves del
bienestar psicológico; según Sócrates, el deseo de superación “Areté” se
traduce como excelencia, que consiste en la necesidad de progresar y hacer las
cosas cada vez mejor, es decir,
ser más virtuoso y más competente cada día, y es uno de los factores de
la motivación intrínseca. El perfeccionismo también persigue una meta, pero
está idealizada, es un sueño inalcanzable, donde el mundo es como debería ser.
El hombre pierde su felicidad al obsesionarse por conseguir esa moneda
que le falta para alcanzar la cifra perfecta de 100; pero no disfruta de las 99 monedas que
posee: esta es la trampa del perfeccionismo. Hay tres tipos
de perfeccionistas (I. Serrano, en
el diario El Mundo, 21/02/16): a) El
que está orientado hacia sí mismo, se juzga con estandares elevados y tiene una
desmedida autoexigencia; b) El que exige
a los demás, y tiene expectativas irreales para su círculo de allegados; c) El que cree que los otros esperan su perfección y nunca cumple con las expectativas de los demás.
¿Por qué nunca puedo estar tranquila? Se pregunta una persona que tiene un buen trabajo, cumple los objetivos de la empresa y recibe una óptima remuneración, pero lleva muchas noches sin poder dormir. Sólo consigue pensar en las tareas que le quedan por hacer y su nivel de exigencia es tan elevado que cree que nunca está a la altura de lo que espera de sí mismo. Su preocupación por cometer errores le hacen ser frágil, vulnerable y a vivir en continua insatisfacción.
¿Por qué nunca puedo estar tranquila? Se pregunta una persona que tiene un buen trabajo, cumple los objetivos de la empresa y recibe una óptima remuneración, pero lleva muchas noches sin poder dormir. Sólo consigue pensar en las tareas que le quedan por hacer y su nivel de exigencia es tan elevado que cree que nunca está a la altura de lo que espera de sí mismo. Su preocupación por cometer errores le hacen ser frágil, vulnerable y a vivir en continua insatisfacción.