A menudo hemos hablado del elevado precio
inverso que tiene que pagar un deportista, adversidades innecesarias que soporta
para alcanzar sus objetivos que, en ocasiones, se traduce con un trato despectivo, con una falta de confianza y de
reconocimiento que recibe de su entrenador.
En un artículo publicado en el diario El País
(23/02/13) se comentaba:
Parece que el sueldo no es suficiente (5.000.000 euros/año), cuando debería serlo para
blindar su espíritu frente a cualquier contingencia. Pero el factor humano es
impredecible, sobre todo en jugadores excelentes, jóvenes y orgullosos que,
cuando se producen cuestionamientos sobre su rendimiento y son sometidos a
desprecios o descalificaciones públicas con el pretexto de exacerbar su
competitivad, pierden la motivación.
A veces surge la rebeldia y la indolencia, frente al
autoritarismo irracional. Es la
cuestión que se plantea un compañero ¿ cómo vas a darlo todo por un tio que se
quitó de en medio diciendo que tu te negaste a jugar un partido porque llovía?
Imprimir exigencia, con descalificaciones y negación de eficiencia (minutos
jugados/goles marcados), sólo lleva a la apatía, a la falta de motivación y a
la pérdida de competitividad, salvo que el jugador desarrolle su capacidad de tolerancia a la adversidad, entrene
su resiliencia y genere una miniestrategia psicológica para poder responder, de
forma beneficiosa, en semejante situación.