Desde hace mucho tiempo se tiene conocimiento de la
importancia de la autoconfianza en la consecución de metas. En el S.
XVI, el extraordinario filósofo y escritor italiano, N. Maquiavelo fallecido en 1.527, señalaba: “si inspiras
confianza a un grupo para
convencerle de que puede hacerlo, nada impedirá alcanzar su objetivo” (El País, 23/06/13).
Hoy sabemos, con mayor conocimiento, que la autoconfianza
aumenta las probabilidades de alcanzar el objetivo, que modula las reacciones
emocionales negativas en situaciones de máxima exigencia personal, que
contribuye a establecer objetivos más ambiciosos, que refuerza la tolerancia psicológica, haciéndola más fuerte frente a los acontecimientos adversos, y que contribuye a tomar decisiones con resolución y
determinación.
También conocemos su funcionamiento, la forma de
construirla y mantenerla sólidamente, la identificación de elementos que pueden
afectarla negativamente, tanto endógenos como exógenos, así como las dosis de
esfuerzo mental que se necesita para mantenerla estable. Sin embargo, a pesar
de que continuamente es mencionada por muchos entrenadores y deportistas
pertenecientes al alto rendimiento, para explicar sus éxitos y fracasos, sigue siendo una
desconocida, y es escaso el tiempo
que le dedican a fortalecerla y a mantenerla sólida.