Pues parece que ocurrió lo que inicialmente comentamos
respecto a la final de la Copa de la UEFA, disputada entre el Atl. de Madrid y
el Ath. de Bilbao porque, después de la derrota de los bilbaínos, en casi todos
los periódicos los comentarios eran semejantes. Como ejemplo el publicado en el
Diario Vasco (10/05/12): “el juego fue predecible y lento, como un elefante
somnoliento, con un ritmo pesado y desorientado”.
Al final del partido, los jugadores permanecieron en el
centro del campo desolados, abatidos, incrédulos y con lágrimas en los ojos,
sin saber en qué momento las cosas habían empezado a torcerse. Cuando un equipo
rinde al máximo y da todo lo que tiene, no hay lugar para las lágrimas o la
desolación, si no para la aceptación y para la satisfacción por haberlo dado todo. Sin embargo, el hecho de verlos llorar nos lleva a
pensar que algo podían haber hecho
para cambiar el rumbo del partido, pero que no fueron capaces de lograrlo.
El entrenador, M. Bielsa, manifestaba que él era el único
responsable del mal partido realizado, de la distancia que había entre lo que
son capaces de producir y lo que habían generado en esta final: “nosotros no
logramos las condiciones que pretendíamos para que el partido fuera nuestro.
Habrá que analizar y buscar las razones de esta derrota”.
Desde mi punto de vista, es interesante centrarse en lo
que ocurrió antes del partido, en la manera de afrontar dicha final, si se
hicieron las tareas de la misma manera
que en los partidos anteriores o si se produjeron cambios y el impacto emocional que
generaron. En la entrada anterior ya señalábamos que centrarse en las
condiciones externas y utilizar de la motivación extrínseca para motivar a los
jugadores era un error que podría perjudicar a la gestión de la presión y a la calidad del juego.
¿Qué cambios se produjeron y cómo afectaron a la calidad del juego?. Si lo
vieron como el partido más importante de los que hasta ahora habían disputado, señalar
que este aumento del nivel de importancia del partido con respecto a los
anteriores, conllevaba un incremento del sentimiento de vulnerabilidad. Si
consideraban que eran merecedores de ganarlo antes de disputarlo, confirmar que
se habian centrado precipitadamente en el resultado. Y, si en esta oportunidad “no podían
defraudar a la afición, evocando la anterior final perdida,” evidenciar que la carga de responsabilidad se había
desplazado hacia elementos externos que no estaban bajo su control.
Demasiados cambios
para poder desarrollar un juego fluido, preciso, eficiente y altamente
elaborado, en un final de semejante nivel, porque el cambio en el grado de importancia y en la orientaciona
motivacional generaron un aumento de respuesta emocional
negativa que afectó de
forma negativa a la fortaleza del equipo.
Evidentemente que habrá otros aspectos que puedan
explicar el pobre nivel de juego realizado, pero en ningún caso serán
sustitutivos de la presente
valoración realizada, sino más bien complementarios. Corresponden a
acontecimientos que pudieron
ocurrir antes de saltar al terreno de juego, en el que las condiciones externas no
fueron favorables, lo que supuso, en relación a las probabilidades de rendir al máximo de su potencial para desarrollar el excelente juego mostrado a lo largo de dicho campeonato, un "alea jacta est", es decir, la suerte estaba echada.