Esta expresión es usada habitualmente por numerosas personas del entorno de la competición, y es fácil decirla pero difícil entenderla, porque en realidad siempre que se participa en una competición se sale a ganar. He participado en competiciones durante más de 40 años, desde mi adolescencia hasta hoy, sean deportivas, a cartas, al parchís, al burro o a cualquier otro juego, en las que sólo he conocido participantes que siempre salían a ganar. Otra cosa es, el esfuerzo o las ganas que estaban dispuestos a invertir para conseguirlo.
Al preguntar a entrenador@s cercan@s lo que quieren decir con esto, aparecen diversas y variadas interpretaciones que en muchos casos no reflejan lo que pretenden transmitir. De todas formas, reconocen que no han conocido a nadie que haya salido a perder, aunque eso no les preocupe excesivamente.
Lo que es importante cada vez que se sale a competir es el estilo de afrontamiento que se utilice, la cantidad de esfuerzo que se está dispuesto a invertir, las ganas que se tenga de participar, el ímpetu con el que se disputa cada acción o la persistencia en mantener la combatividad durante el tiempo de juego. Estos, entre otros, son los aspectos que fluctúan de una competición a otra, los que pueden ser diferentes en cada participante porque están bajo su control, pero, independientemente de ellos, en todos los casos salen a ganar.
Cuando se recalca esta evidencia, a menudo produce el efecto contrario del que se pretende conseguir, porque según la opinión de l@s técnicos consultad@s, lo que se quiere decir es que hay obligación de ganar, que sólo vale ganar, que lo único que importa es ganar y esto, en mi opinión, al no estar bajo el control de l@s deportistas, puede generar un aumento de la ansiedad y una desconfianza en la percepción del nivel de compromiso, dado que implícitamente se transmite la posibilidad de que, a veces, no se sale a ganar, lo que resulta perjudicial para el rendimiento de l@s participantes.