martes, 8 de julio de 2014

sin la imparcialidad divina, el equipo del Vaticano campeón.

Es lo que se deduce después de leer el artículo firmado por el periodista C. Toro. columnista y cronista del diario El Mundo (7/07/14), en el que señalaba: “Dios es futbolísticamente neutral, no le queda más remedio. Ni siquiera él puede atender las peticiones simultáneas del lanzador del penalti y del portero, quienes le ruegan soluciones opuestas y, por lo tanto, incompatibles.
Y continuaba, “la visión de los jugadores rezando o santiguándose excede  de lo absurdo para entrar en lo ridículo. o al revés, da lo mismo. El orden de los factores no altera el producto. Según sus palabras, Thiago Silva, en la tanda de penaltis contra Chile en octavos de final, «rezaba por fe y no por superstición». Es decir,. la superstición propia es siempre fe; y la fe ajena, superstición. Hulk está seguro de que Dios curará pronto a Neymar, pero no se pregunta por qué lo ha lesionado previamente. Los designios del Señor son misteriosos.
Pero Dios, sí, es imparcial. Si no lo fuese, la joven y celestial selección del Vaticano sería la campeona. Si  no fuese neutral, habría que apostar esta vez por Argentina, a la que una vez prestó su mano a través de un pícaro interpuesto ,y que ha puesto a un hijo propio en la silla de Pedro. Pero Dios ni siquiera hace caso al Papa Francisco, que se harta de rezar por la paz y la justicia en el mundo, con los resultados conocidos. En realidad, Dios parece neutral en el fútbol y en todo; quizás por desinterés, quizás por hastío, quizás por pereza, quizás por sordera, quizás por impotencia. Tal vez, en un sentido teológicamente negativo, habría que apoyarse en ese silencio, en esa invisibilidad, en esa inoperancia para sostener la idea de su inexistencia. Es más fácil y comprensible justificar a un Dios ausente que a un Dios pasivo.