En el alto rendimiento, la autoconfianza es un tema tan recurrente como el desconocimiento existente de su funcionamiento mental. Y en los años que llevo colaborando con deportistas, me he encontrado con dos grupos bien diferenciados: a) aquellos que pase lo que pase jamás pierden su nivel de autoconfianza; b) los que comienzan a dudar de sí mismos a la menor dificultad. A unos les influye negativamente la dificultad percibida o las sensaciones diferentes a las habituales; a otros el nivel de fatiga percibida, las posibles contrariedades que surjan o los comentarios jocosos y despectivos que se produzcan en su entorno. No es fácil de entender que existen tipos de confianza, explicados en entradas anteriores y que tienen el mismo efecto positivo cuando se quiere optimizar el rendimiento de los deportistas. Por una lado, hablamos de la confianza natural que poseen el primer grupo de deportistas mencionados que sólo necesita ser reforzada. Por otro, la confianza artificial que, además de reforzarla, habrá que construirla de forma deliberada a través del entrenamiento mental, necesaria para el segundo grupo de deportistas. Pero, para ello, se necesita un trabajo específico y adecuado, con alto compromiso, esfuerzo mental, constancia y tiempo para que funcione de la misma manera que la natural, sobre todo en situaciones de máxima exigencia personal. Sin embargo, no hay garantias de que esto siempre vaya a suceder.