A menudo se observan comportamientos impulsivos en los jugadores
durante el desarrollo del partido que perjudica el rendimiento del equipo tales
como, la precipitación en las acciones, las respuestas airadas frente a
decisiones del árbitro, los comportamientos reactivos frente a las acciones
defensivas de los contrarios, las excesivas ansias por meter gol, son algunas
de las situaciones habituales que se producen en la competición.
En el caso del deporte, podemos
hablar de impulsividad cuando existe una predisposición a actuar de forma
rápida, inesperada, irreflexiva y desmedida ante una situación que se perciba
como amenazante, sin tener en cuenta las consecuencias que puedan provocar la
conducta realizada. En la actuación impulsiva no hay lugar
para el pensamiento y, a pesar de que en algunas ocasiones puede ser motivo de alta eficiencia, en la mayoría de los
casos conlleva errores y baja eficiencia.
En el caso del fútbol supone precipitación
con la consiguiente la pérdida
de balón, juego individualista,
reacciones desmesuradas ante las
acciones de los adversarios que conlleva la expulsión del partido; también el
excesivo deseo en decidir de forma simultánea en situaciones complicadas para
terminar una jugada, con la consiguiente pérdida de balón y la organización de un peligroso
contraataque del equipo contrario.
En la
impulsividad predomina la baja tolerancia al estrés y la frustración, la falta
de control de impulsos, y los comportamientos agresivos, que pueden afectar
negativamente en el rendimiento del jugador. Podríamos
decir que es un desajuste emocional que provoca una sobrecarga en el
sistema decisional del jugador, que le lleva a decidir de forma errónea por una
deficiente regulación entre las
exigencias de la decisión y las posibilidades de su ejecución.