Es
uno de los pensamientos que María de Villota, piloto de F-1, nos ha dejado tras su repentino
fallecimiento en Sevilla, a los 33 años, año y medio después de sufrir un
gravísimo accidente mientras conducía un coche de pruebas de la F-1.
Nunca
se recuperó de las 6 operaciones que sufrió como consecuencia del terrible
accidente que le cambió la visión sobre la vida y el extraordinario valor que
representaba a partir del mismo: “prefiero perder el ojo que la sonrisa”,
manifestaba con frecuencia.
En
su libro “La vida es un regalo”, señalaba las tres realidades sobre las que
había que reflexionar. La primera es que no somos dueños de nuestra vida,
pensamos que podemos controlarla,
pero cuando te das cuenta de que eres un barco y no el mar, disfrutas más de
las olas y de la espuma. La segunda es que somos pequeños, tan pequeños que si
desapareciéramos al mundo no le iba a pasar nada. Pero aprendes la grandeza de
la vida, al medirte con el universo, y te das cuenta de que nuestros problemas
son insignificantes.
Y la tercera es que somos tan inmensos como el mar y tan
infinitos como el universo, cuando brindamos nuestra ayuda a quien lo necesita,
cuando somos capaces de mirarle a los ojos y ponernos en su lugar a quien vemos por primera vez. Ha sido un excelente ejemplo de enfrentarse a la adversidad y
de dar lo mejor de sí misma mientras la naturaleza humana se lo ha permitido. En su
memoria, recordarla afectuosamente.