Leía esta semana en el DV (15/02/09) la reflexión que realizaba un entrenador sobre lo acontecido con su equipo en el partido del fin de semana. En ella, señalaba su temor por la respuesta anímica por lo ocurrido en el partido anterior: “tenía cierto temor y ya le había dicho a la gente, antes del partido, que nos podía afectar para no quedar de listo”. “No es una excusa, es un fallo nuestro”.
En este caso considero que se producen dos autotrampas por parte del entrenador. La primera referida al “efecto pigmalión o profecía autocumplida”, ya que el hecho de anticipar comportamientos negativos hace que aumente la probabilidad de que se produzcan como así ha sucedido. En segundo lugar, recordar sucesos erróneos o negativos pasados facilita la aparición de pensamientos negativos asociados a los mismos, es decir, se trae al presente algo que quizás el jugador ya lo había olvidado, que es lo que normalmente suelen hacer los deportistas competitivos, salvo que momentos antes de salir a disputar el partido se lo recuerden.
La combinación de estos dos elementos durante la competición hace muy difícil, casi imposible, que los deportistas rindan lo que valen y puedan desarrollar todo su potencial de rendimiento.